"En el amor, en la cárcel o en el hospital, recordemos que afuera hay otros mundos".

Adolfo Bioy Casares




Hace muchos años conocí a un chico en un curso muy breve. El día de mi cumpleaños él me enseñó a jugar maquinitas. Terminó el curso y nunca más volví a saber de él. Aunque intercambiamos números telefónicos -porque en aquel entonces los celulares estaban al alcance de pocas personas y el internet también, sumando esto al hecho de que tampoco existían las redes sociales-, nunca nos marcamos por teléfono.
Hace unos meses encontré su número y quise marcarle. Sentía que si no hablaba con él, me estaba perdiendo de algo bueno en mi vida. Me acordé de él y de lo poco que convivimos. Me pregunté qué habría sido de su vida, dónde estaría ahora y cómo se verá ahora, cuando lo conocí era gordito y muy simpático, me gustaba abrazarlo.

El punto es que cuando le marqué, y hasta el día de hoy sigo preguntándome todo eso, porque ese número ya no existe y ése era mi único contacto con él. Ni siquiera recuerdo su nombre completo como para buscarlo en las redes sociales.

A lo mejor y él ya no me recuerda.

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Cuando ustedes se acuestan cansados/as apagan la luz y se vuelven de cara a la pared. Yo siempre he tenido encendida la luz de mi alcoba. Sólo conozco el color del muro en las madrugadas.

**Nota

En esta nota declaro que las entradas marcadas con dos asteriscos (**) no son de mi autoría y/o son recopilaciones de distintas fuentes.


Gracias.

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