Adolfo Bioy Casares
Hace muchos años conocí a un chico en un curso muy breve. El día de mi cumpleaños él me enseñó a jugar maquinitas. Terminó el curso y nunca más volví a saber de él. Aunque intercambiamos números telefónicos -porque en aquel entonces los celulares estaban al alcance de pocas personas y el internet también, sumando esto al hecho de que tampoco existían las redes sociales-, nunca nos marcamos por teléfono.
Hace unos meses encontré su número y quise marcarle. Sentía que si no hablaba con él, me estaba perdiendo de algo bueno en mi vida. Me acordé de él y de lo poco que convivimos. Me pregunté qué habría sido de su vida, dónde estaría ahora y cómo se verá ahora, cuando lo conocí era gordito y muy simpático, me gustaba abrazarlo.
El punto es que cuando le marqué, y hasta el día de hoy sigo preguntándome todo eso, porque ese número ya no existe y ése era mi único contacto con él. Ni siquiera recuerdo su nombre completo como para buscarlo en las redes sociales.
A lo mejor y él ya no me recuerda.
lunes, febrero 27, 2017
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Acerca de la que escribe...
- León de Papel
- Cuando ustedes se acuestan cansados/as apagan la luz y se vuelven de cara a la pared. Yo siempre he tenido encendida la luz de mi alcoba. Sólo conozco el color del muro en las madrugadas.
**Nota
En esta nota declaro que las entradas marcadas con dos asteriscos (**) no son de mi autoría y/o son recopilaciones de distintas fuentes.
Gracias.
Gracias.
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"Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aún la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotes sin pasado."
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