"En el amor, en la cárcel o en el hospital, recordemos que afuera hay otros mundos".

Adolfo Bioy Casares




El hombre de las cinco en punto

 02/05/09

Toda mi niñez lo ví sentado en esa banca, con un libro bajo el brazo, con un bastón, aquel chaleco color azul con una camisa de mangas largas color naranja y pantalones grises, zapatos tan acabados y un gorro cubriendo su cana cabeza. Toda mi niñez lo ví sentado en esa banca, con una mirada sombría, pero llena de respeto y amor a la vida, que miraba al tiempo y a las personas pasar ante sus ojos llenos de lágrimas -Dios sabe por qué lloraba- a las cinco en punto llegaba a sentarse a aquel banco a observar las escenas que el mundo ofrecía a sus ojos, cambiara o no el horario, siempre tan puntual, que parecía tener el lugar reservado para él. En invierno usaba una bufanda tejida y guantes color vino. A veces llevaba un cuaderno y dibujaba a las personas sin que se dieran cuenta, pero siempre, siempre llevaba un libro bajo el brazo. Cuando abría su libro se ponía unos lentes enormes que endulzaban aquel rostro surcado por los años y la pesadumbre, devoraba los libros con avidez increíble, después de cerrar el libro y quitarse las gafas, alimentaba a las palomas... sus ojos tan tristes las acariciaban con la mirada y la ligera sonrisa que se dibujaba en sus labios se fundía con el último resplandor del día y entonces, se retiraba.
Siempre lo observaba desde la ventana de mi salón, mis amigos se burlaban de él, pero yo no pensaba de igual manera que ellos, yo me preguntaba qué es lo que pasaba por la mente de aquel señor, si alguna vez tuvo una familia o qué habrá pasado con él, que nadie se detenía a observarlo, tal vez las personas con una vida tan agitada ¡no se dieron cuenta de que un anciano se sentaba todas las tardes a la misma hora a observar cómo es que pasaban sus miserables vidas ante sus ojos y ni siquiera voltearon a verlo! Su nombre jamás lo supe, por eso lo llamé "El hombre de las cinco en punto".
No osé en hablarle por miedo al rechazo, tal vez lo único que quería era soledad... o tal vez no, su vida fue un misterio para mí y nadie lo conocía, nadie sabía su nombre, ¡tal vez lo que necesitaba es que alguien se sentara a escucharlo, a escuchar sus historias, a alimentar a las palomas a su lado!
Pasaron los años y mientras yo crecía, él iba envejeciendo, con el paso del tiempo sus piernas empezaron a flaquear y su bastón ya no servía de apoyo, empezó su impuntualidad hasta que un día ya no llegó...
Esa banca, tan solitaria ahora, fiel compañera, que alguna vez escuchó a aquel anciano susurrarle palabras al viento, que contó ¡quién sabe cuántas cosas a la nada! Esa banca ya no es habitada por nadie, parece guardar luto y el regreso del que la ocupó durante años, tan acabada por el tiempo, esperando siempre su regreso. Pero la banca tampoco sobrevivirá, desde el otro extremo de la calle veo cómo es arrancada del piso para ser parte de la basura y en su lugar levantarán un monumento al egoísmo de alguien que jamás supo que existió el hombre de las cinco en punto.

1 comments:

Loncho Sapien, Homo Filmicus dijo...

Baagh!!! LLore cuando lo lei por primera vez!!

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Cuando ustedes se acuestan cansados/as apagan la luz y se vuelven de cara a la pared. Yo siempre he tenido encendida la luz de mi alcoba. Sólo conozco el color del muro en las madrugadas.

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