Adolfo Bioy Casares
La gloria y la ruina
04/05/09
Teatro, lo último que pensé. Teatro, mi último recurso. Teatro, lugar donde conocí gente que vale la pena, donde usé máscaras y vencí retos.
Fue un último recurso para tener una calificación, entré, no lo disfruté el primer año, hicimos un ridículo con una ofrenda prehispánica mal hecha, la mayoría desertó al siguiente año, estuve a punto de hacer lo mismo, pero me quedé, me quedé hasta el final.
El siguiente año vino, no tuve ganas de hacer algo, sabía que no se podía. Alguien propuso algo diferente para ese año, no más ridículos con ofrendas prehispánicas mal hechas. Algo nuevo, algo que cambiaría el curso de mi monótona vida: el escenario.
No, no sé actuar. Sí, tengo pánico escénico.
La oportunidad no se me presentó de golpe, sólo me colaba a los ensayos de una obra para noviembre. Indagué entre papeles interesantes, sólo era parte de la "producción", pero me dió curiosidad saber qué se sentía estar en un escenario.
La gloria
Cuando iba en la secundaria, en un libro de texto leí un poema que me maravilló llamado "La calle", trata sobre la vida de los mendigos.
Una noche de regreso a casa lo recordé y pensé: "¡Maldita sea! ¡Este es el papel perfecto!" Cuando llegué a casa lo primero que hice fue buscar el poema y leerlo una y otra vez hasta aprenderlo de memoria.
Al día siguiente, con una gran vergüenza, le dije a mi amigo -que era también director y escritor de la obra- que deseaba participar en ella, pero al día siguiente era la presentación. Sin embargo, le presenté el escrito modificado del poema y él lo aprobó, sólo faltaba que la maestra lo aprobara y me metiese a la obra. Y así sucedió.
Fue la primera vez que me maquillé para dar la cara a un público, supe lo que es estar nervioso, estar al frente, que una luz cegara la vista, equivocarme sin que el público lo supiera, un secreto, que los demás actores conocían. Nos apoyamos mutuamente, nos dimos ánimos, nos aplaudimos a nosotros mismos en nuestros adentros. Supe lo que estar "tras bambalinas", ver un auditorio llenarse. La primera, la segunda y la tercer llamada que hacía latir cada vez, con más fuerza, nuestros corazones. Tomarnos unos a otros las manos y sentir que estaban sudando, abrazar y sentir que estaban temblando, hablar y escuchar que se les quebraba la voz. Desearnos lo mejor.
La obra, fue bien recibida, a pesar de que entré a ella un día antes de la presentación, dí lo mejor de mí. Siempre quise decir ese poema.
La calle
¿Apagaste su sed? ¿Saciaste su hambre?
¿Diste una cama al doblegado al sueño?
No diste agua, ni pan, ni diste cama:
¡Ve somnoliento, pues, sediento, hambriento!
¡Ah! muchas veces, quien negó un bocado,
vio a su mesa doblársele el sustento;
quien negó una limosna, vio doblarse
la plata en el arca, el grano en el granero;
quien negó un lecho, descansó tranquilo
hasta muy tarde, abandonado al sueño.
¡Alza que llega el día!...
...el de la muerte.
¿Quién no la vió llegar sobrado presto?
¿Y entonces quien no pide una limosna?
¿Quién, Señor, ante tí no es pordiosero?
(Poema de Francisco Antonio Gavidia)**
¡Aborreced la suerte, cuya mano
le premia su egoísmo al opulento,
y le allana la senda al miserable,
y lleva a las alturas al perverso!
¡Aborreced la suerte que levanta
una muralla al paso de los buenos,
y abre una sima a la virtud y ahoga
al corazón más noble entre sus dedos!
La calle es la morada del mendigo.
La indiferencia la cubrió de hielo.
Y en ella, al sol, al aire y al espacio,
el mendigo es su ibre prisionero;
con la ciudad por cárcel se detiene
a las puertas, no más: ¡no pasa dentro!
Es cojo; tiene grillos a las plantas.
Es manco; sus esposas son de hierro.
Es sordo; ni él se escucha, está murado.
Es mudo; tiene una mordaza.
Es ciego; está preso en la tumba.
La miseria,
he allí el invisible carcelero.
¿Quién dice que la suerte -¡oh, tú que pasas
cerca de esos harapos y sin verlos!-,
quién dice que los hombres, algún día,
no te puedan poner la mano, y luego,
llevándote a la puerta, al sol, al aire,
entregarte a las calles prisionero?
¿Volviste, pues, la vista al desgraciado?
¿Quién la volverá a tí, si no la has vuelto?
¿Alargaste la mano al desvalido?
¿Quién te ha de alargar, si no lo has hecho?
le premia su egoísmo al opulento,
y le allana la senda al miserable,
y lleva a las alturas al perverso!
¡Aborreced la suerte que levanta
una muralla al paso de los buenos,
y abre una sima a la virtud y ahoga
al corazón más noble entre sus dedos!
La calle es la morada del mendigo.
La indiferencia la cubrió de hielo.
Y en ella, al sol, al aire y al espacio,
el mendigo es su ibre prisionero;
con la ciudad por cárcel se detiene
a las puertas, no más: ¡no pasa dentro!
Es cojo; tiene grillos a las plantas.
Es manco; sus esposas son de hierro.
Es sordo; ni él se escucha, está murado.
Es mudo; tiene una mordaza.
Es ciego; está preso en la tumba.
La miseria,
he allí el invisible carcelero.
¿Quién dice que la suerte -¡oh, tú que pasas
cerca de esos harapos y sin verlos!-,
quién dice que los hombres, algún día,
no te puedan poner la mano, y luego,
llevándote a la puerta, al sol, al aire,
entregarte a las calles prisionero?
¿Volviste, pues, la vista al desgraciado?
¿Quién la volverá a tí, si no la has vuelto?
¿Alargaste la mano al desvalido?
¿Quién te ha de alargar, si no lo has hecho?
¿Diste una cama al doblegado al sueño?
No diste agua, ni pan, ni diste cama:
¡Ve somnoliento, pues, sediento, hambriento!
¡Ah! muchas veces, quien negó un bocado,
vio a su mesa doblársele el sustento;
quien negó una limosna, vio doblarse
la plata en el arca, el grano en el granero;
quien negó un lecho, descansó tranquilo
hasta muy tarde, abandonado al sueño.
¡Alza que llega el día!...
...el de la muerte.
¿Quién no la vió llegar sobrado presto?
¿Y entonces quien no pide una limosna?
¿Quién, Señor, ante tí no es pordiosero?
(Poema de Francisco Antonio Gavidia)**
Cuando terminó la obra, el público nos aplaudió con todas sus fuerzas, las sonrisas de satisfacción se dibujaron en nuestros rostros, pero cuando presentaron a los actores, la maestra dijo los nombres de casi todos, digo casi todos, porque olvidó mi nombre y fui la única a la cual no nombró, no sabía qué hacer, todos aplaudían, mientras que los demás sonreían, yo aplaudía mientras daba un trago amargo, sin saber qué hacer o decir, nadie notó ese detalle, creí que sería la última a la cual nombraría, pero no lo hizo, se cerró el telón y el público salió. Me sentí estúpida y sin valor alguno.
Fuimos a camerinos, todos gritaban y sonreían, yo no, me sentía estúpida y triste, les dije a los demás "¿podrían aplaudirme?" "¡un aplauso a la olvidada, por favor!", al parecer nadie me escuchó, seguían en su éxtasis, del cual yo no formaba parte, representaba perfectamente mi papel: la olvidada. Me sentí más estúpida y salí lo más pronto posible de allí aguantándome las lágrimas. Lloré, que te pintes y des todo de tí para que al final, ninguno de esos aplausos fuera dirigido a tí, es humillante, muy humillante.
Después vinieron otras obras, una pastorela, nos la pasamos todos muy bien, teatro era prácticamente de quienes lo hacíamos, la maestra ya no estaba involucrada. Fue gloria, obras que tal vez no fueron del agrado del público, pero, todos éramos unidos, planeábamos cosas nuevas, teatro fuera de la escuela, crear algo nosotros. Una familia, eso es, éramos una familia.
Se empezó a organizar una última obra, de Shakespeare, las anteriores fueron obras que se crearon colectivamente, era hora de mostrar al público que habíamos evolucionado, que haríamos algo más serio, una obra de verdad. Se incluirían pantomimas y yo sería parte de ambos proyectos. Unos pocos, pero esenciales, nos esforzamos para aprender cosas nuevas, como hacer malabres y yo aprendí a ser un mimo, no un verdadero mimo, pero mis logros fueron significativos y la maestra ya nunca olvidó mi nombre, y me encomendó la tarea de enseñar a otras personas.
Otro reto más era aprenderme varias líneas de memoria, para actuar en aquella obra de Shakespeare, hacía ambas cosas al mismo tiempo, fuimos los masters durante esos meses, casi todos recurrían a nosotros a pedirnos ayuda, nos propusimos cosas más ambiociosas. Aprendí cosas que creí que jamás aprendería. Ensayábamos arduamente, estábamos días enteros en el auditorio ensayando, escuchamos historias de lágrimas y risas de nuestros compañeros, sí, el escenario era sólo nuestro, nadie nos lo arrebataría.
Pero nosotros solos, nos llevamos a la ruina.
La ruina
Fuimos a camerinos, todos gritaban y sonreían, yo no, me sentía estúpida y triste, les dije a los demás "¿podrían aplaudirme?" "¡un aplauso a la olvidada, por favor!", al parecer nadie me escuchó, seguían en su éxtasis, del cual yo no formaba parte, representaba perfectamente mi papel: la olvidada. Me sentí más estúpida y salí lo más pronto posible de allí aguantándome las lágrimas. Lloré, que te pintes y des todo de tí para que al final, ninguno de esos aplausos fuera dirigido a tí, es humillante, muy humillante.
Después vinieron otras obras, una pastorela, nos la pasamos todos muy bien, teatro era prácticamente de quienes lo hacíamos, la maestra ya no estaba involucrada. Fue gloria, obras que tal vez no fueron del agrado del público, pero, todos éramos unidos, planeábamos cosas nuevas, teatro fuera de la escuela, crear algo nosotros. Una familia, eso es, éramos una familia.
Se empezó a organizar una última obra, de Shakespeare, las anteriores fueron obras que se crearon colectivamente, era hora de mostrar al público que habíamos evolucionado, que haríamos algo más serio, una obra de verdad. Se incluirían pantomimas y yo sería parte de ambos proyectos. Unos pocos, pero esenciales, nos esforzamos para aprender cosas nuevas, como hacer malabres y yo aprendí a ser un mimo, no un verdadero mimo, pero mis logros fueron significativos y la maestra ya nunca olvidó mi nombre, y me encomendó la tarea de enseñar a otras personas.
Otro reto más era aprenderme varias líneas de memoria, para actuar en aquella obra de Shakespeare, hacía ambas cosas al mismo tiempo, fuimos los masters durante esos meses, casi todos recurrían a nosotros a pedirnos ayuda, nos propusimos cosas más ambiociosas. Aprendí cosas que creí que jamás aprendería. Ensayábamos arduamente, estábamos días enteros en el auditorio ensayando, escuchamos historias de lágrimas y risas de nuestros compañeros, sí, el escenario era sólo nuestro, nadie nos lo arrebataría.
Pero nosotros solos, nos llevamos a la ruina.
La ruina
Una obra, tal vez dos.
La primera fue una de Elena Garro, una gran reto actoral para tres personas, yo no estuve entre esas tres, pero estuve con ellas hasta el final, estuve con ellos en los ensayos, estuve con ellos hasta el momento de la tercera llamada, detrás del escenario, siguiendo cada movimiento y palabra. Fue un desastre que nunca voy a olvidar y que no contaré a detalle, sin público, un examen a puerta cerrada que fue revelado al final, como si no fuera suficiente el mal desempeño y la humillación ante un público tan pobre. Que aunque no formé parte de ello, sentí el golpe y el fin.
Fue algo que afectó lo siguiente, la profesora decidió que ante tal situación, no se presentaría la obra de Shakespeare ni las pantomimas, esas obras en las cuales pocas personas trabajamos arduamente, que preparamos con ilusión, sí... maldita la hora en que un error que pudo enmendarse dió origen al fin de un grupo teatral. Desertamos ante tal noticia, nos dejamos vencer así de rápido, el tiempo no alcanzaría para que presentasemos algo bueno, presión, mucha presión habríamos de sufrir. La evadimos desertando. El próximo año, ninguno de nosotros volvería a pisar ese lugar.
Olvidé mis líneas, jamás utilizaría ese traje de mimo que preparé con esperanzas, no me maquillaría, ni ocuparía utilería, ni volvería a hablar para el público, se arruinó, todo se arruinó. Nos hicieron un examen poco complicado, nada relevante.
Una noche, el día de dar calificaciones, la profesora sacó a todos, quedamos sólo cuatro personas con ella, nos habló, nos dijo que se decepcionó de nosotros, pero nosotros lo estábamos más de ella. Ahí, en esa charla que no recuerdo, se consumó el fin del grupo teatral que encabezaron unas pocas personas, yo incluída entre ellas, no sabía que yo era importante para la maestra, después de que olvidó mi nombre, terminé siendo una de las mejores. Se terminó. La calificación fue prácticamente regalada. Sólo nos estrechamos las manos, salimos de ese salón, para nunca volver a pisarlo. No miramos hacia atrás.
Líneas aprendidas de memoria para nada, maquetas hechas con paciencia para que nunca ocuparan un tamaño real, utilería que nunca se usó, vestuario que se consiguió para no lucirlo, maquillaje que se compró para no usarlo. Pero por sobre todas las cosas, esfuerzo que se hizo, para que no fuera reconocido con el choque de pares de palmas de decenas de personas.
Del anonimato en que nos encontrábamos, llegamos al escenario para ser recibidos con aplausos, -no fuimos populares, pero nos teníamos los unos a los otros- terminamos fuera de él, hemos vuelto a ser esas personas, hemos vuelto a ser nadie, se disolvió la familia, hemos regresado al anonimato.
Dentro de unos meses, cuando una nueva generación presente una obra teatral en el auditorio, voy a estar allí, no en el escenario, estaré en las butacas, sentada entre el público, volviendo a ser un rostro anónimo, contemplando ese escenario donde reí, lloré y grité, estaré allí, sentada viendo la obra, ignorando qué hay tras bambalinas.
La primera fue una de Elena Garro, una gran reto actoral para tres personas, yo no estuve entre esas tres, pero estuve con ellas hasta el final, estuve con ellos en los ensayos, estuve con ellos hasta el momento de la tercera llamada, detrás del escenario, siguiendo cada movimiento y palabra. Fue un desastre que nunca voy a olvidar y que no contaré a detalle, sin público, un examen a puerta cerrada que fue revelado al final, como si no fuera suficiente el mal desempeño y la humillación ante un público tan pobre. Que aunque no formé parte de ello, sentí el golpe y el fin.
Fue algo que afectó lo siguiente, la profesora decidió que ante tal situación, no se presentaría la obra de Shakespeare ni las pantomimas, esas obras en las cuales pocas personas trabajamos arduamente, que preparamos con ilusión, sí... maldita la hora en que un error que pudo enmendarse dió origen al fin de un grupo teatral. Desertamos ante tal noticia, nos dejamos vencer así de rápido, el tiempo no alcanzaría para que presentasemos algo bueno, presión, mucha presión habríamos de sufrir. La evadimos desertando. El próximo año, ninguno de nosotros volvería a pisar ese lugar.
Olvidé mis líneas, jamás utilizaría ese traje de mimo que preparé con esperanzas, no me maquillaría, ni ocuparía utilería, ni volvería a hablar para el público, se arruinó, todo se arruinó. Nos hicieron un examen poco complicado, nada relevante.
Una noche, el día de dar calificaciones, la profesora sacó a todos, quedamos sólo cuatro personas con ella, nos habló, nos dijo que se decepcionó de nosotros, pero nosotros lo estábamos más de ella. Ahí, en esa charla que no recuerdo, se consumó el fin del grupo teatral que encabezaron unas pocas personas, yo incluída entre ellas, no sabía que yo era importante para la maestra, después de que olvidó mi nombre, terminé siendo una de las mejores. Se terminó. La calificación fue prácticamente regalada. Sólo nos estrechamos las manos, salimos de ese salón, para nunca volver a pisarlo. No miramos hacia atrás.
Líneas aprendidas de memoria para nada, maquetas hechas con paciencia para que nunca ocuparan un tamaño real, utilería que nunca se usó, vestuario que se consiguió para no lucirlo, maquillaje que se compró para no usarlo. Pero por sobre todas las cosas, esfuerzo que se hizo, para que no fuera reconocido con el choque de pares de palmas de decenas de personas.
Del anonimato en que nos encontrábamos, llegamos al escenario para ser recibidos con aplausos, -no fuimos populares, pero nos teníamos los unos a los otros- terminamos fuera de él, hemos vuelto a ser esas personas, hemos vuelto a ser nadie, se disolvió la familia, hemos regresado al anonimato.
Dentro de unos meses, cuando una nueva generación presente una obra teatral en el auditorio, voy a estar allí, no en el escenario, estaré en las butacas, sentada entre el público, volviendo a ser un rostro anónimo, contemplando ese escenario donde reí, lloré y grité, estaré allí, sentada viendo la obra, ignorando qué hay tras bambalinas.
lunes, mayo 04, 2009
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- Cuando ustedes se acuestan cansados/as apagan la luz y se vuelven de cara a la pared. Yo siempre he tenido encendida la luz de mi alcoba. Sólo conozco el color del muro en las madrugadas.
**Nota
En esta nota declaro que las entradas marcadas con dos asteriscos (**) no son de mi autoría y/o son recopilaciones de distintas fuentes.
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2 comments:
Si, si...fuimos todo, eramos grandes como los Griegos...y al final, al final se hechó todo a perder.
Concuerdo contigo en todo menos en aquello de que la maestra no mencionó tu nombre, mas bien no se a cual de las funciones te refieras porque en una de ellas la maestra le preguntó a Chino: "Chino, la chica nueva que era la mendiga, ¿Cómo se llama?" y Chino le respondio diciendo: Ha, es Mariana...en ese momento creo que no volveriamos, ni la maestra ni yo, a olvidar el nombre de la chica que pudo aprenderse su papel en menos de una semana, la que estuvo presente en los ensayos y la que pudo acoplarse al lugar que se le dio en la obra. Mariana
Y bien, creo que tarde o temprano, a pesar de que nos seguiremos viendo un año mas, nos volveremos a reunir si no todos, la mayoria o los indispensables para poder llevar a cabo esa obra de Pantomima como lo que eramos ( o somos )...una familia, una pequeña e independiente compañia de Teatro creada en la Preparatoria.
Y no volvimos a ser un rostro anónimo, creo que el teatro nos convirtió en "aquellos sujetos que se la pasan en Teatro", o "los mismos de siempre que hacen las obras" o por que no "los que hacen Teatro"...ademas conocimos a tantas personas agradables como Larry, Alba, Nora, Gera, Vanessa...que ahora ellos para nosotros no son rostros anónimos, y viceversa...
Este año escolar que esta por venir tomaremos desiciones que van a ser importantes en nuestra "vida futura", tu Mariana ya estas por salir, Daniel se va para poder convertirse en quien desea ser, y yo daré un primer paso al mundo al que me quiero adentrar, tomando una Carrera Tecnica como Asistente de Fotografo, pero se que cuando nos sentemos en las butacas para ver las obras, las veremos para poder recordar nuestra "Gloria y ruina" y tambien para poder recordar los buenos momentos que pasamos frente y tras bambalinas, ademas podremos criticar a los chicos nuevos y viejos ( que son nuevos tambien en eso supongo ) jejejeje...
En fin, creo que esto del "Tiatro" nos ayudo a muchas cosas, buenas y malas...Joder! si ese auditorio pudiera hablar! diria aquella frase que un personaje mencionó en una obra, aquella frase que dice: "Mientras hondo vas mas alto vuelas y mientras mas alto vuelas, mas hondo vas". Nuestra Gloria y ruina.
Así fué, todo lo que poco a poco creamos,cada uno de nosotros puso todo de sí, encontramos en algunas personas el significado de amistad, todos jalando para un mismo punto...hacer teatro!!!
Salir de esas obras comerciales que hacian otros grupos, dar un mensaje al público que aunque la mayoria joven, daba aplusos a nuestro esfuerzoy aunque sabían que no éramos grandes actores seguían ahí esperando una nueva obra.
Mariana, puedo decirte que eres una gran persona, que me motivaba cada clase a dar lo mejor de mi, no sé cómo pero siempre tenías una sonrisa para todos, un gesto gracioso, un abrazo sincero....
Te admiro, creo que eres muy positiva y emprendedora, a pesar del incidente en la primera obra seguiste adelante y eso habla muy bien de ti.
Creo que de teatro me llevo muy buenos momentos y aunque no sigamos juntos en esa clase creo que si queremos podemos seguir trabajndo en obras...
Me encantó tu forma de escribir y seguire leyéndote!!!!
te quiero muucho!!!
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